Una Princesa nos ha dejado, pero
no se trataba de cualquier princesa, pues ella era nuestra Princesa. No era de
esas chicas que esperaban por su príncipe azul y cuya única función en el
cuento es verse bonitas. No, esta era una princesa capaz de pelear, de liderar
y de imponerse a la adversidad. A diferencias de sus colegas, a ella no le
gustaban los héroes llenos de virtud, sino que se sentía irremediablemente atraída
por los bribones, esos de sonrisa encantadora y brillo pícaro en los ojos, esos
que cuando les dices: “Te amo”, te contestan: “Lo sé”… Y nuestra Princesa fue en
persona a salvar a su bribón cuando los malos lo tuvieron prisionero, por si
todo lo anterior pareciera poco.
Pero como nuestra Princesa era más
como nosotros que las otras princesas, esas estiradas que no se les arruga ni
el vestido, ella también tuvo su lado oscuro. Le gustaba empinar el codo,
meterse cocaína y tomar antidepresivos; pero eso no hizo menguar nuestro amor
por ella, porque era nuestra Princesa, real, de carne y hueso; ella sufría como
cualquier persona y tuvo que lidiar con sus monstruos de la mejor forma que
pudo. Y a pesar de todo, nuestra Princesa salió adelante, escribió libros en
los que exorcizó sus demonios y volvió a su reino, con su bribón, ambos más
viejos, pero en el fondo siendo los mismos que conocimos hace 40 años.
Nuestra Princesa hoy cerró sus
ojos. Su corazón, que tanta lucha dio, ya no pudo más; quizá debido a lo flamígero
de su carácter, que consumió su cuerpo mucho antes de lo esperado. Pero aunque
ya no esté, seguirá siendo nuestra Princesa en los corazones de todos los que
hoy lloramos su partida.
Adiós Carrie.
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